Recibí una pregunta: Una persona no tiene que hacer ningún esfuerzo para que le guste el sushi o amar a su hijo. ¿Entonces, por qué para amar al prójimo tenemos que pasar por un proceso tan largo, arduo e intrincado?
Mi respuesta: Cuando satisfacemos nuestros deseos egoístas, actuamos instintivamente: nos amamos a nosotros mismos y a todo lo que nos pertenece y nos disgusta todo lo que resulta extraño, intuyendo que es distante de nosotros y que no nos pertenece. Esta sensación de la diferencia entre «lo mío» y «el resto», fue creado en nosotros para que nos percataremos que somos opuestos a todo el mundo y al Creador. La revelación de esta realidad se llama la revelación de «el alma común fragmentada».
Si el Creador se revelara claramente a una persona, a ésta se le privaría su libertad de elección, de cualquier deseo libre, pensamiento o acción. El individuo se encontraría totalmente anulado frente al Creador. Por lo tanto, para que el hombre alcance semejanza con el Creador, el atributo de otorgamiento, uno debe empezar en un estado en donde el Creador está oculto de la persona. Sin embargo, se necesita entonces otro ejemplo o modelo del atributo de otorgamiento y amor, en lugar del Creador.
Con el propósito de crear esta oportunidad de alcanzar la semejanza con el Creador mientras se encuentra oculto, el alma única de Adam HaRishon se fragmentó en almas individuales. Como resultado de este rompimiento, cada alma ahora se imagina que está apartada de las demás y debido a su egoísmo se siente rechazada por ellas. Y cuando el alma corrige su egoísmo, su separación de las otras almas, alcanza el atributo de otorgamiento y semejanza con el Creador. Ésta es la meta de la Creación.
Por consiguiente, no debemos buscar corregir ninguna de nuestras acciones, sino sólo nuestras actitudes hacia los demás. Está escrito, «Uno pasa del amor al prójimo al amor por el Creador». De esta forma corregimos nuestra alma, nos volvemos similares al Creador y alcanzamos la meta de la creación. Por lo tanto, «ama a tu prójimo como a ti mismo», es la ley general del mundo (la Torá) y las otras leyes son expresiones particulares de esta ley.
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