No hay escapatoria; después de todos los giros de la historia que aún puedan ocurrir, llegaremos igualmente a la decisión de que debemos elevarnos por encima de la naturaleza egoísta humana y llegar al otorgamiento (Lishmá). Y solo esta meta está ante nosotros, a diferencia del ideal material de hacerse rico y convertirse en el rey del mundo.
Es imposible perseguir dos objetivos a la vez. El deseo debe ser siempre grande y único. Es un ideal espiritual, el deseo de acercarse y unirse al Creador, o un ideal material, dominar todas las riquezas del mundo.
Aunque ha habido muchos cabalistas en la historia que fueron personas ricas, este no era su objetivo; simplemente fue la forma en que la vida resultó. Y al mismo tiempo, hubo cabalistas que vivieron en la pobreza.
Todas las personas que han existido a lo largo de la historia se dividen en estos dos grupos: los que se esfuerzan por lo espiritual y los que se esfuerzan por lo material. Y aunque todos salimos del mundo material, del deseo de recibir, la vida nos enseña poco a poco que tenemos que pasar al desarrollo espiritual.
Hoy en día estamos viviendo una auténtica revolución, aunque todavía no la sintamos. La gente está empezando a pasar de los deseos materiales de comida, sexo, familia, riqueza, honor y conocimiento hacia una nueva dirección, hacia los valores espirituales. Por supuesto, esto no le ocurre a todo el mundo a la vez, pero poco a poco, paso a paso, está captando nuevas capas de la población mundial. Poco a poco, este cambio está teniendo lugar en todo el deseo común de la humanidad.
Según el programa de la creación, el mundo entero debe alcanzar Lishmá, la intención de otorgar, como el Creador. Como se dice: “Todos Me conocerán, desde los pequeños hasta los grandes, porque Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos”.
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