Haaretz: “Janucá o ¿por qué celebramos una guerra civil?”

En mi columna habitual en Haaretz, mi nuevo artículo: “Janucá o ¿por qué celebramos una guerra civil“

La unidad es como nosotros derrotamos al separatismo helénico dentro nuestro y nos volvemos en los modernos macabeos de hoy, guerreros de luz.

La próxima semana, nosotros (Los judíos que observamos las celebraciones judías), festejaremos Janucá, también conocido como, la Fiesta de las Luces. Pero el milagro de encontrar un minúsculo tarro de aceite, que debió haber contenido solo el aceite suficiente para encender la menorá por sólo un día; y la encendió durante ocho, es sólo el final de la historia. Su comienzo fue mucho más sombrío y sangriento, pero también subraya la eterna batalla del judío, preservar los valores de hermandad y responsabilidad mutua sobre todos lo demás.  

Nuestra misión, el legado de nuestros antecesores, traer la luz de unidad al mundo

En el año 167 A.C., un judío heleno dio un paso al frente para ofrecer en sacrificio a un ídolo en el lugar de adoración del sacerdote, Matatías el asmoneo. Este fue un procedimiento de rutina, parte de una campaña orquestada, dirigida por el imperio seléucida para forzar a la cultura helénica y al sistema de creencias del pueblo judío. A su anuncio, los seléucidas utilizaban a los judíos que eran atrapados por el encanto de la cultura y filosofía griega, para infundir la cultura helénica a la vida judía y obligarla en aquellos que no la deseaban. Pero los seléucidas y sus cómplices no habían conocido de antes a Matatías. Como el judío heleno se adelantó con la intención de llevar a cabo la orden del funcionario de gobierno, Matatías se levantó y mató tanto al judío como al funcionario.

Temeroso de la retribución del gobierno, Matatías tomó a sus cinco hijos y juntos huyeron a las montañas que rodeaban su ciudad, Modín. Ahí ellos podían protegerse mientras causaban más bajas en los helénicos.

Al escuchar sobre el acto de desafío de Matatías, los disidentes judíos comenzaron a correr hacia las montañas para unirse a Matatías y a sus hijos en su lucha sobre el destino del judaísmo. Así comenzó la rebelión de los asmoneos.

La guerra civil judía

Tal vez no nos gusta pensar en nuestra alegre fiesta de Janucá en términos tan tristes, pero la rebelión de los macabeos no fue contra los griegos, como lo describen las canciones infantiles de Janucá, sino contra nuestros pícaros hermanos. Fue una guerra civil. Por al menos los primeros cinco años de la rebelión, el combate fue apenas dirigido a los soldados seléucidas. La mayor parte del combate tuvo lugar entre los macabeos, como se llamaron los asmoneos y sus tropas, y los Mityavnim—judíos que se casaron con la cultura helénica o se convirtieron al sistema pagano de creencias griegas. Sólo mucho después, posterior a la derrota de los Mityavnim, los ejércitos seléucidas se les unieron en un intento de aplastar a los macabeos. .

Por qué un judío pelearía con un judío

Contrario a lo que muchos en nuestra tribu quisieran pensar, nuestra nación no es como cualquier otra. Maimónides nos dice (Mishneh Torá, capítulo 1) que cuando Abraham huyó de Babilonia, lo hizo así porque se dio cuenta que la fraternidad era el único remedio para reparar las rupturas en su patria, pero Nimrod, rey de Babilonia, le persiguió por su convicción.

Siglos después, Moisés oficialmente nos unió como una nación, cuando nos comprometimos a amarnos los unos a los otros y ser “como un hombre con un corazón”. Sin este compromiso, no somos judíos; regresamos a ser parias individualistas que huyen de sus tribus de origen y no han encontrado todavía los principios unificadores de misericordia y amor por los otros, que les regresarán a la nación. Sin estos principios, nos convertimos en enemigos unos de otros.

La guerra entre los macabeos y los judíos helénicos nunca termina. Dentro de cada judío hay un heleno.

Incluso, el amor por los demás es antinatural. La Torá nos dice que “el pecado se asoma por la puerta” (Génesis 4:7). Desde nuestra creación, hemos tenido que luchar contra la inclinación al mal en nuestro medio. Siempre han existido miembros de nuestra nación que renuncian al camino de hermandad y optan por el camino del egoísmo. Sin embargo, si abandonamos el legado de Abraham, Isaac, Jacob y Moisés, ¿quién será luz para las naciones? ¿Quién mostrará al mundo que cuando reina el egoísmo, como lo hace hoy, el único remedio para nuestra sociedad es cubrirlo con el amor hacia los demás?

Debemos recordar que toda nuestra Torá, como Rabbi Akiva nos enseñó, es “ama a tu prójimo como a tí mismo”. El Talmud también escribe (Masejet Shabbat, 31a) que cuando un prosélito llegó a Hillel y le pidió que la enseñaran la Torá, Hillel contestó, “Aquello que odias, no se lo hagas a tu prójimo. Esta es toda la Torá”.

Por lo tanto, la guerra entre los macabeos y los helénicos no fue por la tierra. Fue sobre mantener la adhesión de los judíos a la Torá, la ley de la hermandad. Los judíos que eligieron el helenismo, abandonaron esa ley en favor de trabajar para el ego, la competencia y el poder, y quisieron imponer su dogma a los judíos que se mantuvieron auténticos.

Si los judíos hubieran sucumbido a la agenda de los Mityavnim, no habría quedado nadie para mostrar al mundo el camino del cuidado y la responsabilidad mutua. Esto, a su vez, hubiera negado al mundo el ejemplo de que es posible trascender el ego y unirse; y el mundo habría sido condenado a la destrucción por las guerras dirigidas por el ego.

Por esta razón, los asmoneos no tuvieron elección sino destruir a aquellos judíos que quisieron prevenir a sus hermanos del cumplimiento de su tarea —ser “una luz para las naciones” y mostrar el camino hacia la unidad. La victoria que celebramos en Janucá no es sobre la tierra que reclamamos a los seléucidas. Celebramos nuestra victoria sobre aquellos entre nosotros que quisieron negar al mundo de una oportunidad de unión, una oportunidad de felicidad y paz duraderas.

El helénico dentro de nosotros

La guerra entre los macabeos y los Mityavnim nunca termina. Dentro de cada judío existe un helénico susurrando que es mejor no unirse y ser como cualquier otro, eligiendo los placeres egoístas. Después de todo, ¿no es esta la forma natural?

Janucá nos recuerda que nunca debemos parar de luchar contra nuestros helenos internos. La historia de nuestro pueblo nos prueba que si renunciamos a la unidad, el odio prevalecerá. La victoria de los asmoneos no le da a Israel una paz duradera. A menos de dos siglos del triunfo heróico, el odio infundado conquistó incluso lo mejor de nosotros y causó la ruina del templo y nuestro exilio de nuestra tierra.  

Todavía, nuestra misión, legado de nuestros antecesores, traer la luz de unidad al mundo, no ha cambiado o mermado a través de los años. Como he mostrado en muchos de mis escritos, la sensación de las naciones es que su incapacidad para estar en paz con las demás, es nuestra culpa. Ellos nos odian por su odio hacia los demás e incluso el razonamiento más perfecto no les convencerá de lo contrario. No puedes razonar con lo visceral.

Hoy el mundo necesita la unidad más que el aire limpio, y realmente necesita aire limpio. A más relaciones deterioradas entre las personas en todos los niveles de interacción humana, más culpa de ello en nosotros. Hemos sido, somos y siempre seremos el pueblo elegido, no para dominar al mundo en alguna forma condescendiente, sino para amorosamente introducirlo al método de conexión a través de nuestro ejemplo personal.

Los cambios en nuestro mundo se están acelerando exponencialmente. Nos estamos haciendo cada vez más viciosos y violentos por minuto. Nadie sabe cuando una guerra total entrará en erupción pero, el riesgo de erupción se está haciendo cada vez más inminente. Esta Janucá, la Fiesta de las Luces, debemos recordarnos a nosotros mismos que la luz que el mundo necesita ahora es la de la unidad y que nosotros somos los encargados de iluminarlo.   

En estos días de altas tensiones políticas, nuestra tribu está más separada que nunca. Incluso, esta es también nuestra oportunidad de elegir si queremos volvernos helenos egoístas o cuidar a los macabeos. Somos los únicos que deben encender la llama de la unidad entre nosotros y ponerla en el borde de nuestras ventanas para que todos la vean y quieran seguirla.

La hermandad es como derrotamos el separatismo helénico dentro de nosotros y entre nosotros. Así es como también aprendemos a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos y como nos volvemos en los macabeos modernos de hoy, guerreros de luz.

¡Qué tengamos una feliz y unida Janucá!
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Del  artículo  de Ynet, 22/dic/16

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