La dificultad de encontrar el sentido

Una persona en la que despierta la pregunta por el sentido de la vida comienza a conectarse con quienes quieren ampliar el alcance de sus conocimientos para saber “¿para qué estoy aquí?” ¿Por qué yo? ¿Cuál es el propósito de la existencia?

Todas estas preguntas lo empujan a ampliar sus sentimientos: “¿En qué clase de mundo estoy? ¿Hay algo por encima? ¿Qué lo controla? ¿Dónde está el mecanismo que lo pone en movimiento? ¿Cuál es la causa y el efecto de todo esto? ¿Cuál es la meta?» Cuando nos hacemos estas preguntas y no encontramos la respuesta empezamos a buscar.

Recuerdo cuando me surgió esta pregunta por primera vez, tenía cinco o seis años y me sentía viejo, internamente insatisfecho, alejado de todos. Todos los niños estaban corriendo por el patio haciendo algo y yo pensaba: “¿Por qué todo esto?” Y en verdad no quiero vivir, no tiene sentido.

Eso sí, la vida te habla, te interesan un poco los deportes (tenis, ciclismo, correr), te interesan un poco las chicas, el desarrollo hormonal apenas empieza. Pero en algún lugar profundo esta pregunta permanece y no te deja ir. Te comportas mecánicamente y te das cuenta de la falta de sentido.

Vas a la sinfónica, a exposiciones, a museos. Intentas aferrarte a este mundo, conocerlo, probar lo que la gente considera elevado, especial. ¿Pero por qué? Miras un cuadro y piensas: “Alguien tardó un par de meses en pintarlo, lo pintó muy bien, ¿y luego qué? ¿Cuál es el punto de?» No tiene sentido.

Recuerdo que un maestro en la escuela decía: “El significado de la vida es comer comida deliciosa, relajarse, ir al cine, leer un libro interesante”, etc. Resultó, como dicen los sabios, “vives involuntariamente”, disfrutas un poco, te relajas y te olvidas del significado superior; de lo contrario toda la vida parecerá un infierno.

¿Y si no puedes calmarte? ¡Hoy en día ya existen millones de personas así! Estas preguntas obligan a la persona a comenzar a ampliar el campo de sus sentimientos.