Opinión: (K. Bessmertny, columnista): Estamos recibiendo noticias constantemente sobre huelgas, revueltas callejeras, marchas y protestas. La inestabilidad socioeconómica se ha extendido por Lituania y Letonia, Islandia se encuentra en una profunda crisis, nos llegan noticias acerca de reuniones de protesta de Bulgaria, Polonia, Rumania, Italia, Alemania, Francia, Finlandia, Argentina, y así sucesivamente.
La crisis económica global está causando la expansión de los estados de ánimo de protesta, diariamente, en todo el mundo. Según la Organización Internacional del Trabajo, como resultado de los acontecimientos dramáticos en la economía mundial, las cifras de desempleo mundial pueden aumentar en 50 millones, y alrededor de 200 millones de trabajadores en los países en desarrollo pueden ser empujados a la pobreza extrema.
El número de aquellos impulsados por debajo de la línea de pobreza, con ingresos que no superen los U$2 por miembro de familia, puede aumentar a 1,4 millones o 45% del número total de trabajadores. Si comparamos lo que está sucediendo hoy en día con la Gran Depresión de los años 30, hay una gran diferencia en el sentimiento de esperanza, la que nos falta ahora. Hay un sentimiento general de desastre inminente, de bajo estado de ánimo, y la imposibilidad para cambiar algo. Ni siquiera tenemos que confiar en nuestros sentimientos, podemos hacer referencia a encuestas públicas.
Hoy en día, el 80 por ciento de los ciudadanos en los EE.UU. piensan que el país está encaminándose en la dirección equivocada y que el gobierno está controlado por un pequeño grupo que sólo persigue sus propios intereses y no el cuidado de las personas. El resultado de la evolución de la crisis puede ser una guerra mundial. La crisis plantea la cuestión de la ineficacia y falta de humanidad de este modelo de relación económica que sólo beneficia a la delgada capa social de quienes poseen el poder y el capital.
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