Haaretz: «La falla fundamental detrás del ataque cibernético»

En mi columna regular en Haaretz, mi nuevo artículo: «La falla fundamental detrás del ataque cibernético»

La mejor manera de asegurar el ciberespacio no tiene nada que ver con la tecnología informática y todo que ver con la naturaleza humana.

El ataque cibernético masivo al que el mundo ha estado sometido por varios días, es un llamado serio para que despertemos. Aún no está claro cuántas instalaciones y personas han sido afectadas ni en qué medida, pero es claro que es el ataque ransomware más extendido en la historia.

En su mayor parte, el rescate de 300 dólares que se les pidió pagar a los afectados fue más simbólico que un daño financiero real. Pero, el alcance y la velocidad de la propagación debería enseñarnos varias cosas: 1) ninguna agencia es a prueba de hackers, ni siquiera la National Security Agency  (NSA), cuyo software robado, WannaCry, se utilizó para este ransomware; 2) hoy, para infligir un daño generalizado sólo se requiere un obsesivo en computación con mucha mala voluntad 3) no hay forma de protegerse completamente de estos ataques.

Capacidad incomprensible para dañar

Considera este escenario: un hacker terrorista, simultáneamente infiltra el sistema informático de varios grandes hospitales en Irán e instala un software malicioso. Este cambia las prescripciones de medicamentos a miles de pacientes, causando envenenamiento masivo que mata a cientos de pacientes. Este software es programado de tal modo que señala a Israel como el perpetrador. Que Irán tome represalias es una suposición general, pero el riesgo de iniciar una guerra total es evidente.

Otro escenario: un pirata informático entra en el sistema de navegación de un avión de pasajeros, lo hace chocar contra una zona residencial popular. Con la capacidad actual de hacerlo, un escenario tipo 9/11 no requeriría que secuestradores. Sólo con secuestrar el sistema en el aire causarían el mismo daño, sin arriesgarse.

Esta piratería también puede golpearnos a nivel personal. Imagina que una mañana despiertas y encuentras que tu cuenta bancaria con todos sus ahorros, está vacía, al parecer por un movimiento bancario lícito. Cuando llamas al banco, te dicen que tú hiciste la transacción: está registrado en su sistema.

Descarrilar trenes, interferir en el sistema de refrigeración de reactores nucleares, semáforos en verde al mismo tiempo, cambio de medicinas y dosis en hospitales, registros de decisiones gubernamentales eliminadas o modificadas… En una época en la que todo está controlado por redes informáticas, todo puede ser pirateado y saboteado. Debemos saber que: no existe ningún virus informático es prueba de hackers.

Las máquinas nos controlan, pero narcisistas desquiciados las controlan

La globalización y el internet ofrecen oportunidades infinitas para ser feliz. Piense en todas la gente que puedes conocer en Facebook, todos los lugares y cosas que puedes ver en Instagram y en todos los productos que puedes comprar con grandes descuentos en eBay. Además, actualmente no hay necesidad de ir a la tienda cuando, literalmente puedes comprarlo todo en línea.

Pero en lugar de disfrutar utilizando estas posibilidades placenteras, estos avances solo incrementan nuestra soledad y dolor. Las redes sociales se han convertido en sustituto de amistad verdadera y la gente las utiliza para transmitir los actos más repugnantes entre seres humanos. Según CNN, Facebook planea contratar a miles de personas para que ayuden a revisar las publicaciones de los usuarios, después de numerosos casos de personas que han compartido vídeos de suicidio y asesinato. El software WannaCry ha demostrado que en lugar de beneficiarnos de nuestra interconexión, tenemos miedo de ella.

Hemos dado el control a las máquinas virtuales, pero esas máquinas están bajo el control de narcisistas desquiciados y las usan para manipular y explotar. La esfera virtual no sólo refleja nuestra naturaleza inhumana y cruel, además la acentúa porque el relativo anonimato del ámbito virtual nos permite mostrar nuestro verdadero corazón despiadado. Si algo bueno podemos sacar de ese mundo en línea que hemos desarrollado, es reconocer el mal: reconocer que nuestra naturaleza es malvada hasta la médula y si no la domamos, no tendremos ni paz exterior ni paz interior.

Un software anti ego

Hay un modo de domar al ego, siempre que estemos dispuestos a abrir nuestra mente y corazón. Tiene miles de años y nos llega directamente desde la cuna de la civilización. El precursor del método es Abraham, padre de Isaac, Ismael y, a la postre, padre de las religiones abrahámicas, judaísmo, cristianismo e islam.

En los días de Abraham, su localidad, Ur de los Caldeos, una bulliciosa ciudad del imperio babilónico, lidiaba con un problema similar al nuestro: egoísmo excesivo que destruía el orden social. Algunas fuentes, como Pirkey de Rabí Eliezer (capítulos de Rabí Eliezer), detalla el alcance de la enemistad entre los antiguos babilonios. El libro dice que, en algún momento, los constructores de la Torre de Babel llegaron a sentir tanto odio entre ellos, que convirtieron sus arados en espadas, de sus hoces hicieron lanzas y se mataron unos a otros. Naturalmente, la construcción de la torre nunca se consumó.

Cuando Abraham vio el odio en su pueblo, reflexionó día y noche, escribe Maimónides en Mishná Torá (capítulo 1). Maimónides dice también que Abraham descubrió que solo hay una fuerza uniforme en el mundo y que siempre se manifiesta en opuestos: frío y calor, expansión y contracción, dar y recibir, vida y muerte, etc.

Asimismo, Abraham descubrió que en la naturaleza todo es armonía y equilibrio porque los dos opuestos se manifiestan por igual. Sin embargo, en humanos, las manifestaciones negativas tienen tal dominio en la sociedad, que lo positivo apenas se nota. Por eso la Torá escribe: “La inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud” (Génesis 8:21).

Además, el sabio de Babilonia se dio cuenta de que suprimir el ego a la fuerza, es inútil. Su padre, Terá, no era un hombre cualquiera. El Midrash (Bereshit Rabá) nos dice que Terá era un sumo sacerdote en el imperio babilonio, que construía y vendía iconos para ganarse la vida y conocía a Nimrod, rey de Babilonia. Abraham, que creció junto a él y lo asistía en la tienda, conoció la manera en que los babilonios resolvían sus problemas y se dio cuenta de su futilidad.

Por lo tanto, en lugar de luchar frontalmente contra el ego, Abraham sugirió algo radicalmente diferente, tanto que incluso hoy, es un enfoque novedoso. Él dijo: “Si no puedes suprimir tu odio, úsalo como herramienta para agrandar tu amor por los demás y así, cubrirás tu odio con amor”. Varias generaciones más tarde, el rey Salomón culminó el método de Abraham con su adagio: “El odio agita la contienda y el amor cubre todas las transgresiones” (Proverbios 10:12).

Cómo el odio acrecienta el amor (si se usa correctamente)

La idea de Abraham fue revolucionaria y su implementación muy sencilla: cada vez que el ego aumenta y crece el odio entre la gente, usa esta enemistad como señal de que es el momento de aumentar la unidad. Cuando no hay odio, la gente se centra en sus asuntos y no tiene necesidad de unirse. Se llevan bien pero básicamente, son indiferentes a los demás. Pero cuando el odio se manifiesta entre ellos, pueden separarse o fortalecer su unidad y hermandad para igualar el odio creciente. El resultado de este trabajo en unidad, es que la fraternidad entre todos, aumenta en forma proporcional al incremento del odio.

Piénsalo así: si se construye una casa donde apenas hay viento, no es necesario hacer las paredes extraordinariamente fuertes. Pero si se construye en un área propensa a huracanes y grandes tormentas, debe construirse más sólidamente, para poder resistir el clima. En consecuencia, la casa será mucho más maciza.

Abraham se dio cuenta de que el odio que iba en aumento, era una oportunidad para restablecer el equilibrio entre positivo y negativo, que existe en la naturaleza, pero está ausente en los humanos. Es más, el esfuerzo consciente por unirse hace que la gente tome conciencia del modus operandi de la naturaleza y le otorga una sabiduría imposible de adquirir de otro modo.

Sabiendo esto, los descendientes de Abraham construyeron el sistema social con el cual se organizaron los antiguos hebreos. Ese sistema era tan perfecto, justo y equilibrado que hasta hoy, sigue siendo base de la justicia humana. El historiador Paul Johnson escribió en el prólogo de su libro Historia de los judíos: “Ningún pueblo ha insistido más firmemente que los judíos en que la historia tiene un propósito y la humanidad un destino. En una etapa muy temprana de su existencia colectiva, creyeron haber identificado un esquema divino para la raza humana, del que su propia sociedad debía ser líder”. Incluso Henry Ford, el antisemita más notorio de la historia de EUA, se dio cuenta de la importancia de la antigua sociedad hebrea, para la humanidad. En su libro El judío internacional: el principal problema del mundo, escribió: “Los reformadores modernos, que diseñan modelos de sistemas sociales, harían bien en estudiar el sistema social con el cual se organizaron los primeros judíos”.

Restaurar el método de Abraham

Cuando los descendientes y seguidores de Abraham lograron un nivel suficiente de unidad fueron declarados nación, al comprometerse a unirse “como un hombre con un corazón”. Durante más de mil años, lucharon con su creciente ego y lo superaron, mejorando su método de unidad por encima del odio.

Pero, hace 2 mil años, los judíos sucumbieron a su ego. Inundados por odio infundado, contribuyeron para que los romanos conquistaran la tierra de Israel y, fueron exiliados y dispersados. Y lo peor, olvidaron el verdadero significado del judaísmo: exaltar el amor por encima del odio, amar al prójimo como a uno mismo.

El mundo de hoy se ha vuelto peor que la Babilonia de Abraham. No solo nos matamos unos a otros como los constructores de la Torre de Babel, además disfrutamos nuestro ego y nos enorgullecemos de nuestro narcisismo. Queremos más de todo no porque lo necesitemos, ¡sino porque necesitamos tener más que otros! La necesidad de ser superior gobierna nuestro corazón. Y mientras luchamos unos contra otros, nos destruimos, igual que el cáncer destruye las células sanas a su alrededor, hasta que acaba con el organismo que lo alberga y se acaba a sí mismo.

A pesar del daño masivo, ransomware WannaCry, es solo una pequeña muestra del daño que el ego puede infligir. Es una advertencia de que nadie está protegido. Toda la humanidad está junta en esto. Cuanta más dependencia tecnológica tengamos, sin haber corregido nuestra actitud hacia los demás, más sufrimiento nos causará nuestra interconectividad.

No hemos logrado suprimir nuestro ego, así que ahora debemos aprender a usarlo para incrementar nuestra unidad, tal como hizo Abraham hace casi cuatro milenios. Puede parecer una tarea enorme, pero la historia de los judíos demuestra lo contrario. Si nos elevamos por encima de nuestro cinismo y resignación, lograremos solidaridad y preocupación mutua tan grandiosas que harán pequeña aquella unidad de nuestros antepasados.

En el proceso, también nosotros, como Abraham, revelaremos la unidad que hace que la naturaleza está en armonía. Veremos que sólo se puede encontrar sentido en el odio, cuando se convierte en amor a los demás y que el amor a los demás no existe a menos que, con nuestro esfuerzo, nos unamos por encima del odio. Si elegimos hacer frente al desafío, saldremos unidos y triunfantes sobre nuestro ego. Si capitulamos, seremos atormentados más allá de lo imaginable.
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