“Ynet: sonriendo hacia afuera, odiando por dentro”

De mi artículo en Ynet: “Sonriendo hacia afuera, odiando por dentro”

El fenómeno de lo políticamente correcto rige a la sociedad estadounidense, pero parece que, por primera vez, millones de ciudadanos que desprecian esta cultura falsa se atrevieron a decir, “¡Basta!” Hay algunos que toman ventaja y pudieran llegar a ser presidentes, subiéndose en hombros de esta “rebelión”. El Rav Laitman habla acerca la cultura de lo políticamente correcto.

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¿Cuál de las siguientes expresiones usarías en una conversación con la gente? ¿Con un adulto, anciano o ciudadano mayor? ¿Gordo? ¿Personas con necesidades especiales, discapacidades o discapacitadas? ¿Negro, de color, afroamericano?

“Políticamente correcto” es un enfoque cuya meta es prevenir el uso de frases que expresan discriminación, racismo o daño emocional con respecto a religión, orientación sexual, nacionalidad, género y más. Los simpatizantes dicen que, incluso si toma tiempo cambiar las actitudes y hablar un nuevo lenguaje, mientras tanto, la conciencia pública crece, las injusticias sociales, gradualmente se corrigen y sólo puede resultar algo bueno si pensamos dos veces antes de, bruscamente decir algo. Los oponentes afirman que es hipocresía, una distorsión de la realidad y contradice los principios de libertad de expresión.

La historia del lavado del lenguaje

En el pasado, no había el problema de la corrección política. La jerarquía humana era clara y todos reconocían su estatus social y aceptaban la expresión que los designaba a ellos o a su ocupación: noble, señor, aristócrata, siervo, vasallo y ciudadano común. El lenguaje era lacónico, directo y “fuera de la cultura” en relación a hoy, sin embargo, la gente no se ofendía por ser llamada sierva o prostituta, siempre y cuando ese fuera su estatus social.

Parece que, por primera vez, millones de estadounidenses que desprecian esta cultura falsa se están atreviendo a decir “¡Basta!” Y también hay algunos que toman ventaja y pueden llegar a ser presidentes subiéndose en los hombros de esta “rebelión”.

Las personas eran consideradas de acuerdo a su estatus en la sociedad, igual que en el ejército, una persona es considerada de acuerdo a su rango o en la sociedad india, de acuerdo a la casta a la cual pertenece. Es posible criticar esas jerarquías y etiquetas sociales y decir que son incorrectas e injustificadas, pero así eran las cosas y la especie humana estaba de acuerdo con esta realidad y la aceptaba como algo natural.

La revolución francesa al final de siglo 18 se convirtió en un símbolo de cambios radicales en el orden social y en el gobierno de ese periodo, después, comenzó el cambio. La naturaleza egoísta de la humanidad evolucionó hasta dimensiones gigantescas y la gente se distanció entre sí, hasta que la sensación de afiliación social se desvaneció. Comenzó la mudanza de las villas hacia las ciudades, de labores del campo a profesiones como ciencia, educación y cultura y en el lapso de unos años, el hijo de campesinos se convirtió en doctor. El modelo de orden social que había sido conservado durante toda la historia cambió y la gente se negó a mantener su estatus inferior. Exigieron respeto de acuerdo a su nuevo estatus y a la educación que habían adquirido.

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La toma de la Bastilla
. Por Jean Pierre Howell, 1789.

La igualdad se convirtió en el nombre del nuevo juego. Líderes y ciudadanos, educados y gente común, hombres y mujeres, negros y blancos, todos fueron iguales. No había diferencia. Así, aparentemente nos volvimos más “liberales”. Amables, considerados y, en su mayor parte, hipócritas, ya no decíamos directamente lo que pensábamos de otros. Ocultamos la verdad. Mintiendo hacia afuera, seguíamos pensando y sintiendo diferente en el interior. Actuando con falsedad, borramos las diferencias entre nosotros y a fin de cuentas, encontramos un nuevo y fácil lenguaje para manejar conversaciones “políticamente correctas”.

Entonces, ¿qué es políticamente correcto para mí ahora?

Preguntarás, ¿pero qué tiene de malo, vivir en una sociedad donde todos somos iguales y adquirimos respeto el uno por el otro? ¿no es esto a lo que hemos aspirado y por lo que hemos luchado a través de todas las generaciones?

No hay nada malo en vivir con igualdad o desearla. El problema es diferente: no somos, de forma natural, iguales en absoluto. No somos iguales en nuestros genes ni en los rasgos de carácter con los que nacemos ni en el color de piel, el coeficiente intelectual, la cantidad de dinero que ganamos o nuestra visión única del mundo. O, como dijeron los sabios, “Justo como sus rostros son diferentes, así sus opiniones son diferentes” (Berajot 58b). Sin embargo, la cultura de lo políticamente correcto nos prueba que tenemos un ilustrado deseo en nuestro interior por igualdad de oportunidades, por justicia social y por un sociedad justa para todos sus miembros. Entonces, ¿de dónde se deriva el impulso por la igualdad?

De acuerdo a la sabiduría de la Cabalá, en el inconsciente colectivo de la humanidad, todos aspiramos a la igualdad y somos atraídos, contra nuestra voluntad, al estado único y perfecto hacia el cual se dirige la creación. En el pasado muchas naciones  se rebelaron para ganar la liberación del dominio colonial o lucharon contra el fenómeno mundial del racismo. Para vivir en una igualdad real y no sólo expresarlo con palabras, debemos emular el sistema natural que lo conecta todo en armonía y equilibrio, cada uno permanece como nació o fue educado, tejiendo un tapiz de conexiones mutuas que creará una sensación de plenitud entre nosotros. Esto significa que reconciliaremos nuestras oposiciones y diferencias y la paz habitará entre nosotros. Sólo es esta interdependencia y responsabilidad mutua, cada individuo será valorado e importante en su plenitud, lo mismo para todos, sin excepción. Como en un círculo, cada uno tiene su punto único y extremo, pero en relación al centro del círculo, todos somos iguales.

Quitándonos las máscaras

Si sólo estuviéramos conectados “como un hombre con un corazón”, descubriríamos que la sociedad humana es más rica y variada de lo que nos parece, pero en lugar de corregir el sistema defectuoso de relaciones entre nosotros, corregirnos nuestro idioma. “Lo políticamente correcto” es una cubierta para nuestro verdadero miedo. Bloquea nuestra oportunidad de descubrir cuán egoístas, malvados y crueles somos hacia los otros y limita la habilidad de la humanidad para evolucionar.

Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, fue el primero en decir que todos censuramos los impulsos violentos y sexuales que arden en nosotros. Cuando se deterioran, más sale la sociedad de equilibrio y se vuelve más peligrosa, como lo demuestran la Alemania nazi y la Italia fascista. Aun cuando Freud detectó un poco de la maldad oculta en la humanidad -que somos criaturas egoístas por naturaleza, que aspiramos a dominar a otros y a oprimirlos- no dio una respuesta.

La sabiduría de la Cabalá es el método que puede enseñarnos a conectarnos por encima de las diferencias y corregir la fuente de la maldad. Es la esperanza para cambiar el rostro de la sociedad humana. Con su ayuda, tendremos éxito en reinar sobre nuestra naturaleza egoísta que puede provocar la caída de la sociedad. Nuestra naturaleza egoísta es una fuerza negativa inmensa, que amenaza con ir contra los otros y trabajar en nuestro detrimento. Para neutralizarla, debemos equilibrar nuestras relaciones usando la fuerza positiva, el poder de la conexión.

Igualdad como una evaluación de la realidad

Cabalá nos enseña que la sensación de verdadera igualdad y amor puede ser construida como un nivel adicional por encima de la desigualdad y el odio, una fórmula llamada, “el amor cubre todas las transgresiones” (Proverbios 10:12).

En cada etapa de nuestra vida, el ego expone otra de sus piezas expresada en sensaciones de desapego, rechazo y odio hacia otros. No hay necesidad de difuminar o cambiar el odio; es una parte orgánica de la creación. “Como dijeron los sabios, (Kiddushin 30b), ‘Yo creé la inclinación al mal; y Yo creé la Torá como condimento’, es decir, que la iluminación de la Torá reforma” (Escritos de Baal HaSulam). Todo lo que nos incumbe hacer es conectarnos entre nosotros por encima del odio y así despertamos la fuerza positiva, el poder de la “Torá”, el poder de la conexión y el amor que puede llevarnos al equilibrio, la igualdad, la justicia social.

Mientras más invertimos esfuerzos en conectarnos unos con otros, con la ayuda de diálogos, círculos de discusión y actos compartidos de conexión, más despertaremos el poder de conexión y amor que hará posible que seamos “como un hombre con un corazón”.

Por encima de transgresiones y odio, es construido un sutil tejido de amor que determina y conserva. “La esencia de la vitalidad y existencia de toda la creación es a través de las personas cuyas opiniones difieren, uniéndose en amor, unidad y paz” (Likkutei Halajot, Halajá 4). El amor es el propósito de nuestra evolución. No nos habla de una conexión cordial temporal, sino de una ley natural obligatoria de la realidad, que en última instancia, todos estamos conectados en un solo sistema completo y ya no habrá ninguna necesidad de ser políticamente correcto.
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Del artículo de Ynet 2/nov/16

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