La guerra contra un enemigo sin rostro

Dr. Michael LaitmanPregunta: La última guerra [en Israel] le dejó a la gente la sensación de que nosotros perdimos el control de la situación y la capacidad de vivir una vida normal en nuestro país. Nosotros nos acostumbramos a la constante sensación de ansiedad, a la incertidumbre, a esperar las sirenas, y a la imposibilidad de dormir en la noche.

La guerra aparentemente terminó, pero sentimos que no hemos logrado la paz, la seguridad, ni la solución a este conflicto. Se firmó un acuerdo, pero nadie cree en él. Ya hemos sido testigos de siete acuerdos de alto al fuego que fueron violados. ¿Dónde está la garantía de que cumplirán este acuerdo?

La presión externa es cada vez mayor, e Israel se encuentra en aislamiento internacional. Esta guerra le hizo un gran daño a la economía de Israel y produjo una ola de despidos. Hay una sensación de inseguridad socavando nuestros cimientos: en el ejército, en el gobierno. ¿Qué está pasándonos y qué podemos hacer en esta situación?

Respuesta: Realmente me identifico con esta sensación general de miedo, ansiedad, frustración, amargura e impotencia, y al mismo tiempo me lleno de una esperanza y confianza, que no existía antes.

Me parece que esta vez nuestro pueblo por fin siente toda la inestabilidad de nuestra posición y será capaz de despertar a la exigencia correcta de seguridad y estabilidad que no fue atendida e incluso fue abandonada antes.

Recuerdo que la Guerra de los Seis Días despertaba emociones tan fuertes en mí como si hubiera nacido de nuevo. Me sentía como un judío, con mi propio país, que ahora se consolidaba correctamente, se movía hacia adelante y construía en un nuevo camino. A partir de ese momento empecé a hacer todo lo posible por salir de la antigua Unión Soviética y mudarme a Israel. Durante siete años, de 1966 a 1974, fui rechazado y luché por la oportunidad de repatriarme.

Había una sensación de que Israel estaba moviéndose en la dirección correcta. Pero cuando llegué a Israel, sentí que la gente estaba en una especie de euforia después de la Guerra de los Seis Días. Había una sensación de que éramos más fuertes y no nos preocupamos por el resto del mundo. Éramos como un niño seguro de sí mismo que no entiende sus propios límites, sus fortalezas y sus deberes.

Esta victoria produjo un efecto negativo en nuestra gente, llenándola con tanto orgullo que fue más allá de los límites del orgullo nacional necesario. Perdimos el sentido de moderación y salimos de balance, dejando de lado todos los límites que teníamos que establecer para nosotros mismos. Teníamos que educar a nuestra gente y organizar la vida dentro del país y por fuera de él de la manera correcta. Pero en lugar de todo esto, solo había una sensación de desprecio, orgullo y confianza de nuestro heroísmo.

Después de la Guerra de Yom Kippur, no se notaba que la nación hubieras recibido alguna corrección. Creo que Golda Meir, quien era jefe del gobierno en ese momento, esperaba que se hubiera hecho un análisis interno serio, una reconsideración de su actitud, y alcanzar una especie de equilibrio entre las partes en conflicto. Pero esto no sucedió. Es como si la gente estuviera sorda.

Todas las operaciones militares posteriores dejaron la misma huella, la guerra del Líbano, los ataques terroristas, los atentados con bombas en los autobuses, era una guerra exhaustiva contra los terroristas. La Guerra del Golfo se agregó a esto, cuando no podíamos hacer nada contra los misiles de Saddam que fueron lanzados contra nosotros. Tuvimos gran cantidad de oportunidades para el análisis interno, pero nosotros no las usamos.

Sólo ahora, en la última guerra, es la primera vez que sentimos que estamos en contra de un enemigo que no puede ser derrotado por los medios convencionales. No hay con quien firmar un acuerdo de paz, porque no se trata de un estado, sino simplemente de una banda de terroristas con los que nada puede hacerse.

Es posible luchar, entrar en una batalla, llegar a algún tipo de resultado, y luego firmar un acuerdo y dejar las cosas así con un país. Tendríamos que haber sabido que estos acuerdos se ejecutarían al menos hasta cierto punto y nos mantendrían en algún marco.

Pero aquí no hay un cuerpo con el que pueda firmarse un acuerdo. Por supuesto, los acuerdos que firmamos ahora no valen nada. Una vez que los terroristas tengan una oportunidad, inmediatamente nos atacarán sin recordar siquiera el papel en el que firmaron con sus nombres.

Además, nosotros no firmamos un acuerdo con ellos porque no le reconocemos este derecho a Hamas. Y ellos no reconocen nuestro derecho a la existencia. La guerra contra los terroristas es una guerra con un enemigo sin rostro. Ellos pueden prometerles algo hoy y mañana hacer lo que quieran.

Por lo tanto, ciertamente no lograremos ningún acuerdo de paz. El alto al fuego puede durar meses o años o puede terminar mañana. Todo el mundo es consciente de ello: tanto nosotros como ellos. Nosotros estábamos bajo la presión de las Naciones Unidas, de Estados Unidos y de Europa, pero entendemos que estos acuerdos no tienen valor porque tienen el mismo problema con estos terroristas.

Por lo tanto, quieren acuerdos firmados con ellos a costa nuestra que le permitan a Europa y a América existir en paz. Ellos arrojan a Israel como tirándole un hueso al perro. Tenemos que tratar de no convertirnos en un hueso así, porque somos dependientes de Europa y de Estados Unidos, da tal forma que estamos en una situación difícil.

Pero todas estas condiciones despiertan muchas esperanzas en mí con respecto al hecho de que el pueblo de Israel finalmente empezará a averiguar cuál es la solución, de qué dependemos, qué fuerza puede ayudarnos, y dónde está. Entonces reconstruiremos nuestras vidas de una manera nueva.
(142510)
Del Kab.TV «Una nueva vida» del 8/27/14

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