La historia de la creación de Adán muestra su creación y posterior división y multiplicación. Los biólogos sostienen que la existencia sostenible de la biosfera es posible sólo si los ciclos biogeoquímicos son sistemas cerrados. De lo contrario, los seres vivos consumirán, rápidamente, todos los recursos y se intoxicarán con los subproductos de sus actividades vitales.
Sin embargo, para que los ciclos puedan ser sistemas cerrados, debe haber una comunidad de microorganismos, de diferentes especies, que compartan funciones biogeoquímicas entre ellos. Algunos microorganismos utilizan los recursos del entorno y lo nutren a su vez con productos de su actividad vital, mientras que otros utilizan estos productos y después los devuelven en forma de productos de desecho; de esta forma, el recurso original vuelve de nuevo al medio ambiente. Ningún microorganismo puede cerrar el ciclo por sí mismo; gracias a ello se obtiene una máquina en perpetuo movimiento.
Esto es aún más evidente en la etapa química de la pre-vida. No hay ni una sola molécula orgánica que pueda auto-replicarse, permanentemente, y mantener la homeostasis en el medio ambiente. Sólo los organismos complejos, es decir, aquellos que constan de un gran número de moléculas diferentes que han establecido «la cooperación de beneficio mutuo» o simbiosis, son capaces de lograrlo.
Por lo tanto, es evidente que las primeras especies vivientes no constaron de un único organismo, sino de una comunidad polimorfa caracterizada por el intercambio activo de material genético. Diversidad, simbiosis, distribución de tareas e intercambio de información – en lugar de las cualidades que evolucionan de una sola molécula orgánica – son las cualidades de la vida primitiva en la Tierra. Hoy en día, es cada vez más evidente que la vida en la Tierra, desde su inicio, se mantuvo gracias a una comunidad de especies microbianas, y no a una única especie.
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