La mayor fuerza viene de ceder a los demás

El poder es la propiedad fundamental del egoísmo. Cuando lo perdemos, sentimos como si nos perdiéramos. Aún la percepción de las cosas que nos rodean se basa en la sensación de poder. Nuestros sentidos perciben todo al evaluar su influencia en los diferentes objetos, cosas y fuerzas: valorando, «¿quién es más fuerte?»
Cuando uno toma consciencia de su constante aspiración por gobernar al ambiente (y lo repito, sin esta aspiración uno no puede percibir el ambiente), entenderlo lo lleva al reconocimiento del mal que está dentro de uno mismo. Sentirá entonces la necesidad de eliminar esta avidez por gobernarlo todo y reemplazarla por el atributo opuesto, «Anava» (estar ausente).

Dentro de esta aspiración o atributo, uno descubre al Creador. El Creador se oculta de nosotros dentro de esta propiedad con el fin de darnos la oportunidad de lograr (sin Su influencia obvia) la misma altura, omnipotencia, independencia, grandeza y humildad de amor que El tiene.

Uno descubre que adquiere poder sobre todo, precisamente al ceder frente a los demás porque entonces se incorpora a la Luz general. Esta correlación, «el Creador y la creación» puede describirse como una Luz blanca, serena, omnipotente y uniforme que lo llena todo y dentro de ella hay esferas diminutas, negras, egoístas que ansiosamente brincan pues aspiran a concretar su ridícula presunción, orgullo y poder.

Está escrito: «En el lugar que alcanzas la grandeza del Creador, alcanzas Su humildad (Anava).» En consecuencia, el poder llega a través del atributo del amor y el otorgamiento.

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