El príncipe y el mendigo

En el mundo del Infinito, la Luz y el deseo se funden en un todo sin diferencias entre ellos. Somos incapaces de comprender cómo es posible: ¿Se mezclan mucho o simplemente son iguales? ¿Cómo pueden estas dos cualidades diferentes, recepción y otorgamiento, fundirse en una sola?

Resulta que una es mucho más fuerte que la otra y eclipsa a la otra con su poder, tanto que la otra se convierte en absolutamente discreta. Pero esto no es algo que llamemos convertirse en una totalidad. Por el momento no podemos comprender cómo dos opuestos pueden combinarse en uno solo, y no obstante permanecer como dos opuestos.

Para nuestra mente racional, una cancela a la otra porque la racionalidad es muy limitada y no es capaz de combinar dos opuestos. Esto genera toda la complejidad de la percepción, de nuestra capacidad de comprender el mundo espiritual y su ocultamiento de nosotros. Nuestros órganos de percepción actuales no captan la realidad espiritual, a pesar de que estamos en ella.

Con el fin de obtener independencia y libertad de elección, tenemos que salir de un estado espiritual y volver a él a partir de su ausencia total. Así como el Creador creó la criatura como «existencia de la ausencia», de la misma manera debemos llegar a Su realidad «existente» a partir de la ausencia: alcanzar la realidad desde su ausencia.

Entonces, entenderemos qué es la criatura, y a partir de ella, quién es el Creador. Como se nos dice: «Conócelo a Él por medio de sus acciones».

Por lo tanto, el mundo del Infinito, fue dividido en dos partes: la Luz y la vasija, que se incorporan y permanecen en la unidad en este. El descenso de los mundos desde el mundo del Infinito hacia este mundo significa la divergencia y la separación de los opuestos que se funden allí en un todo.

Cuanto más descienden los mundos, más se separan los opuestos, en forma de cono, y al acercarse a nuestro mundo se convierten en dos polos completamente separados. Y ahora somos capaces de percibirlos, uno separado del otros, y entender que ellos no pueden coexistir.

Es por eso que la verdad y la fe, o el conocimiento y la fe, el deseo de recibir placer y el deseo de otorgar, el trabajo para sí mismo y para el otro, el Creador y yo, existe todo por separado en nuestra conciencia. Resulta que la verdad del mundo del Infinito: «Él y su nombre son uno» se separa en el mundo. Y una vasija común, el deseo, se divide en varias partes, las personas se vuelven opuestas y separadas unas de otras.

Por lo tanto, vemos que nuestros destinos son totalmente diferentes, y no entendemos por qué a una persona se le da tanta suerte, mientras que a la otra se le castiga. Vemos que hay buenos y malos momentos, ascensos y descensos, y desigualdad entre las personas. Después de todo, una persona gana mucho y con facilidad, pero los demás trabajan duro y otros apenas se ganan lo necesario para la vida.

Algunos están sanos, otros están enfermos. Uno nació príncipe, y el otro se quedó huérfano y fue abandonado en la calle. Sólo nos parece que existe toda esta «injusticia», pero en realidad, todo está arreglado de manera absolutamente perfecta.

De hecho, nuestra visión divide toda la realidad en incidentes separados y en diferentes momentos. Por lo tanto, para nosotros alguna parte se separa de los demás y empezamos a atribuir cada estado a diferentes personas, asumiendo que uno es bendecido, mientras que el otro tiene la mala suerte.

Sin embargo, la causa de eso es nuestra percepción distorsionada. Y esta permanecerá hasta que la corrijamos. Entonces, todo se unirá en una totalidad, y veremos un mundo perfecto.

(52304 – De la 1º parte de la lección diaria de Cabalá del 8/23/2011, Shamati # 43)

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