La paz entre nosotros es el Creador entre nosotros

La Cabalá describe los deseos que se sienten y la Luz que los llena. Su manifestación gradual en relación con nosotros construye los mundos espirituales. El primero en la línea es el mundo de Asiá siendo este una sensación pequeña. Percibimos nuestro estado mutuo como no dinámico, es más bien estacionario y por tanto, es llamado naturaleza «inanimada».

Subsecuentemente, comenzamos lentamente a darnos cuenta de que los estados son cambiantes. Resulta que tienen su propia dialéctica, desarrollo. Así, transitamos del grado vegetativo que se caracteriza por el consumo, secreción, y crecimiento. Comenzamos a sentir la dinámica, nuestra participación en el proceso. Mientras compartimos el mismo espacio con todos los otros deseos (almas) y la Luz que las llena, podemos ya ejercitar nuestra influencia.

Así, sentimos los estados en el nivel animado dentro de este espacio. Ahora podemos actuar de forma autónoma y movernos de un lugar a otro. Una planta, a pesar del hecho de que puede crecer, está inmóvil mientras que un animal crece, se mueve, y engendra descendencia viviente. Por medio de esto, prácticamente llegamos a una condición similar a nuestro mundo. De pronto, comenzamos a sentirnos vivos, existiendo en nuestro mundo, pero sólo que en la propiedad de otorgamiento.

Más tarde, viene el tiempo de la siguiente propiedad. Se despliega cuando entendemos este espacio tan bien que comenzamos a sentir todo su plan, el plan de la Naturaleza, de principio a fin y nos involucramos en este. Ese es el punto en el que realmente nos familiarizamos con el pensamiento primario considerado como «el Creador».

Estudiamos todo esto en la sabiduría de la Cabalá. Los mundos de Asiá, Ietzirá, Beriá, Atzilút, Adám Kadmón, y el mundo de Infinito, todos ellos son el alcance del espacio en el que existimos. Al alcanzar los mundos espirituales, nuestro mundo con sus asuntos corporales permanece en nuestra percepción. Existe hasta que hemos llegado al completo y absoluto conocimiento, sabiduría, y unicidad con todos los deseos y la fuerza que nos llena. Más adelante, cuando llego al último nivel, el mundo de Infinito, todo ahí comienza a interconectarse, se une; el espacio colapsa.

Y todo esto está basado en la plegaria de muchos. Esto significa que nunca me detengo en una percepción personal de lo que me está sucediendo. Al captarme a mí mismo en el análisis inicial, egoísta, debo arreglarme y ponerme en la posición correcta.

Para lograr eso, hago un análisis previo de cualquier acción espiritual: me doy cuenta de que estoy dentro de otros y que el Creador evoca odio en mí, en el grupo, hacia los otros a propósito de manera que pueda elevarme encima de ello y con Su ayuda arreglar todo correctamente y bien. Llevo a cabo un cálculo: ¿Por qué necesito que todo esté bien estructurado?

Atraigo al Creador y Lo evoco para que aparezca y Se revele, hasta un estado en que haya absoluta paz entre nosotros, donde somos como un hombre con un corazón. Necesitamos al Creador no para que instaure la paz entre nosotros como una madre que se supone que aparezca para que los niños no se molesten entre sí. Él introduce peleas entre nosotros para que podamos llamarlo y forzarlo a revelarse entre nosotros.

Y cuando finalmente logramos la paz entre nosotros, significa que el Creador Se ha revelado realmente entre nosotros. Y si aun experimentamos algunas tensiones, significa que aun no Lo hemos revelado lo suficiente entre nosotros. De esta manera, ascendemos los 125 peldaños hasta que logramos esto plenamente.

(33211 – De la lección 2 en Moscú del 16 de Enero del 2011, «La oración de muchos»)

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